Un Maestro y su legado
Era el anochecer del 4 de diciembre de 2009, y en el Museo “Quinquela Martín”, se estaba por inaugurar la exposición de Aurelio Macchi. Cuando llegó a su muestra, en la entrada de la sala lo estaba aguardando el espontáneo homenaje de un multitudinario, extenso y conmovedor aplauso. Allí estaban, rindiendo tributo a Macchi, muchos de los artistas mas prestigiosos de nuestro medio, expresándole un hondo afecto, y renovando el reconocimiento del “título nobiliario” mas alto que un artista puede alcanzar: el de Maestro.
Varios pueden ser los azares y caminos en la vida de un artista; pero ser “ungido” unánimemente como Maestro, es un destino alcanzado por muy pocos. Destino que pareciera estar reservado solamente para aquellos que eligen el camino más arduo, pagando el precio de no hacer concesiones a los vientos de las modas, o a los brillos de ocasión. Camino que sabe de dificultades y renuncias; de silencios elocuentes, y de palabras estrictamente consecuentes con acciones. Destino de caminante que inaugura y alumbra senderos hasta entonces ignotos; sabiduría de quien todo lo da, sin esperar a cambio nada más que verdad y belleza.
Y así, tan simple como difícil, andando esos caminos y dando testimonio a cada paso, sin buscarlo y sin esperarlo siquiera, el artista cabal se constituye en Maestro. Ejemplo y guía para las generaciones que vienen, sugiere caminos y enseña hasta cuando no se lo propone. Enseña con sus palabras, con sus silencios, con su obra, y sigue enseñando más allá de su propia existencia física. Puede no estar rodeado por los flashes de la fama, pero lo distingue el aura de lo trascendente. Acaso no disfruta de fortuna económica, pero derrama por doquier aquella otra “fortuna que no se gasta, que es del alma, y es eterna”[1].
Aurelio Macchi pertenece a esa estirpe de Maestros, cuya obra forma parte de nuestra identidad y nuestra memoria colectiva.
“Nunca me gustaron los charlatanes”, diría en un reportaje en 2010[2]… Y sus obras nos hablan con la misma elocuencia de una verdad dicha sin rodeos. Esculturas precisas, donde nada excede y nada falta, situadas en el punto exacto en que convergen solidez y levedad, en el espacio liminar entre tradición e innovación, y donde lo inmanente se hace visible.
Obras que nos ayudan a intuir leyes, estructuras y tensiones del espacio, simientes de toda forma, y que llenan de potencia y sentido a lo aparentemente vacío.
Sabias huellas que sobre la madera, la piedra o el metal, nos dejan ver las marcas del proceso gracias al cual el impulso creativo va conquistando la forma y el espacio.
Acaso también, metáforas de otras huellas trascendentes: las enseñanzas en vida y obra del Maestro Aurelio Macchi, cuyo legado ahora se nos presenta en esta exposición, que cerca de sesenta de sus discípulos y amigos hoy le ofrendan en nombre de la gratitud de todos.
Víctor G. Fernández
MUSEO QUINQUELA MARTÍN
LA BOCA / BUENOS AIRES / ARGENTINA
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